
Cerré los ojos e imaginé un bosque hermoso con demasiada neblina, era tanta que parecía blanco. Me coloqué ahí para percibir el frío y el aroma a cedro y pino. El aire ventilaba mi voz. Escuchaba los aleteos mágicos de un colibrí quien se acercaba a cantarme, pues mi vestido estaba lleno de flores. Me incliné en forma de reverencia, agradecía a la naturaleza, ésta me observaba en silencio, sólo mi alma podía saber qué me decía. Después de un momento me arrodillé y mi vestido se convirtió en una sábana de nieve que acogía el suelo con elegancia. Todo era nobleza, bondad, sutileza, entonces comencé a llorar; de mis manos corrían esas lágrimas que nutrían todo mi alrededor.
Una sombra negra y temerosa se
acercó hacia mí, cuando me tocó comencé a hacerme pequeña, al grado que mi
vestido era solo nieve y nada más nieve, por ello, aparecí con abrigo, pantalones,
guantes y gorro. Entonces Mábala me dijo; eres dulce e inocente, ¿por qué te
escondes de mí?, comencé a temer tanto, que el hielo se me empezaba a incrustar
en la piel. – No te escondas- me dijo- ¡No me juzgues! Pero temblaba, me sentía
indefensa y ella no hacía nada.
- - ¡Me has destruido!- dijo Mábala
- - ¡Eso no es verdad! ¡Siempre he sido buena, obediente
y gentil!
- - Tú también te has destruido, ni siquiera puedes
verme- lo hablaba en tono de burla- Te
has olvidado de mí y a veces también de ti. ¡Eres grande, pero conmigo te haces
trizas!
Sentía un enojo con ella, no la
quería ver, alejarme es en lo primero que pensé, correr por el bosque, atravesarlo,
huir, pero entre más corría, éste se hacía más grande y yo más pequeña. Mábala comenzó tomar posesión del bosque, a llenarlo de polvos, a evitar mi paso y
volver el bosque negro, al grado de que no podía mirar ya nada, casi ciega me
quedaba, paralizada, con los sentimientos de punta. Con su presencia me había
olvidado de mi propio amor, de mis sueños y la lucha hacia mi vida. No quería
caminar, me dolía la cabeza, se me quitaba el respirar.
- - ¡Crista!
- - ¿Cómo sabes mi nombre mujer de mal? Me has hecho
sufrir desde tu llegada, has estropeado
todo, ahora estoy sola, no hay luz en mi camino, quise alejarme, pero no me
dejaste, me invadiste, me dejaste insegura y sin armas.
- - ¡Y me causa mucho placer hacerte sufrir! Me
elevas el ego, me haces enorme, tú me diste poder para ser madre de esta tierra
y llevar todo a su fin. Soy poseedora de lo que quiero, me hago cargo de lo que
tú vas dejando, tomo lo que no has cuidado, lo que te ha faltado ver, el tiempo
es mi máximo amigo, nos devoramos el uno al otro en cada noche, soy su musa, aliada
y amiga. Si no vives, todo me lo llevaré con él y me encargaré de que no seas
feliz.
Mi enojo fue tan grande que grité
– ¡Ahhhhhhhhhhhhhhhhhhh!- Alguna vez llegará alguien peor que tú y te lo
quitará todo. A lo que ella replicó- ¿Y si no?
Quise verla pero me daba miedo,
poco a poco mi cuerpo se convirtió en un río empedrado y nada transparente. Los
pinos se comenzaban a secar, dejando sus hojas marchitar, cayendo sobre mí. Y así
con las noches se oscureció todo, la tempestad triunfó y yo me secaba, agotándome,
dándome sueño y sintiendo dolor en el pecho. Soñaba con alguna
vez ser de nuevo la vieja Crista, la que era amada, querida, fuerte, segura, amante
del frío, del viento y la nieve.
Quería ser portadora de mi
bosque, estar al mando, lograr todo lo que debía de realizar, que todos
estuvieran a mi servicio, volver a tocar el acordeón, cantar por las tardes y
leerle al bosque poemas y ensayos. Así pasó el tiempo, haciendo más calor, así
que no me movía, sólo pensaba en como Mábala había acabado con mi paz. Años y
años pasaron, mi alma seguía protestando. No me había olvidado de mi pasado,
simplemente me había quedado atorada.
Un muy buen día pensando decidí
ya no estar así, recuperarme, ser otra vez la hermosa mujer de los fríos y del
noble corazón. Luché y trabajé de forma inalcanzable, con el duro
sol, sudaba y me quemaba, iba despacio porque mi conciencia me hacía lenta,
había perdido demasiado tiempo. Poco a poco me limpiaba para que las hojas
secas ya no me ahogaran, me quitaba los polvos, me comprometía conmigo misma,
había veces que estaba blanca otra vez, pero otras ese mal me volvía a llenar.
Mi gran sueño era volver a ver, pero mi mismo desprecio me lo había ocasionado.
Entonces, volví a recordar a los
míos, los que siempre habían estado conmigo, por enfocarme a Mábala, los había olvidado, ya no era tan buena como antes, un trocito de mal se había empoderado
de mi virtud. Así que comencé a temblar de furor agitando toda la tierra, una
luz blanca de brillo intenso salió de mis entrañas llegando poco a poco al
cielo. Las nubes, la luna y las estrellas al escucharme, se llenaron de
compasión, me tendieron la mano y levantaron.
Volvía ser aquella pequeña en
abrigos, pero descalza con pantalones desgastados, a Mábala no le buscaba
verme de nuevo, así que volvió a sucumbirme.
- - ¿Qué has hecho de nuevo por aquí? – Entonces le
hablé con furia, le eché la culpa, la miraba con desprecio, pero al fin y al
cabo pude verla por primera vez.
- - Te estaba esperando – me dijo. Siempre había
soñado con este día.
De esa manera la empuje, pero
seguía más fuerte que yo. Así que soltó una carcajada.
- - Mira nada más, ¿quién era la buena, la
bondadosa, de gran corazón? Yo he trabajado el bosque, me he hecho cargo de él,
he alimentado la naturaleza, he reinado, me volví amiga de los pueblos vecinos,
he servido y me han servido a mí.
- - Así no eres, tú eres mala.
- - Pero el bosque me ha vuelto mi poder.
El suelo comenzó a temblar, el cielo
ya estaba aclarado, de mi lado comenzaba a llegar corriendo mi ejército, un
millón de unicornios blancos, quienes ardían por todo lo que me había pasado. Por
ello, Mábala envió un millón y medio de pegasos negros quienes volaban desde
el sol ardiendo el fuego que ahí se les enseñó. La guerra duró varias décadas, con
el tiempo el bosque iba perdiendo fuerzas, al debilitarse contagiaba otros
pueblos, los campesinos huían a otras tierras. Ya nada estaba en paz.
Ambos ejércitos a punto de acabarse
los unos con los otros, habiendo perdido a sus hermanos y hermanas, hogares,
siembras y felicidad, se dieron cuenta que habían dejado a un lado su propia
lealtad. Así que la furia del cielo mandó truenos, sequía para ver si así
entendían. Hasta que Mábala y yo nos separamos. Las dos quedamos totalmente
de espaldas, la mitad del bosque se había convertido en negro y la otra en
blanco como reverencia a la naturaleza. Ésta se volvió a recuperar por sí
misma, le dábamos igual, quería darnos una enseñanza de unión.
Así pasó más tiempo, se empezaba
a hacer aliado de las dos, ambas sembrábamos y encontrábamos sus beneficios por cada uno de nuestros lados, pero como enemigas, no nos veíamos. Mábala no había aceptado su nobleza oculta, Yo me castigaba por todo lo que había
ocurrido, pero de pronto me decidí a perdonar. El cielo viendo la entereza de ambas
mujeres nos mandó mucha luz para que cada una aprendiera a tener compasión de nosotras mismas y de la otra, para ver si en una de esas nos volvíamos a ver.
La situación de Mábala mejoraba,
había aprendido lo que desde su infancia había olvidado: a ser feliz, pero con su persistencia, se había vuelto buena, leal y gentil. Recordaba que su intensión
nunca fue hacerle daño a nadie, pero todo lo había aprendido por obediente a su
madre el mal y a quién más había hecho daño era así misma y a mí. No le había
gustado quien era, siempre me juzgaba y me criticaba, por no ser tan mala
como ella, por no haberme equivocado en lo mismo, por haberme guardado para
alguien especial, haber pensado que mi inocencia le había hecho daño.
Pero el bosque separado lo sabía,
ambas nos teníamos que volver a ver, esa era la única solución. Con grandes
esfuerzos ambas volvimos a ser dos hermosas damas de vestidos largos, ella de negro hirviendo, yo otra blanco helado. Al tocar la orilla de nuestros vestidos el
frío quemaba al calor y el calor al frío, hasta que ambos habían
desaparecido y nosotras pegadas, si no nos mirábamos a los ojos podíamos desaparecer.
Así que un águila llegó desde
la montaña del sur silvestre a envolvernos con sus alas para que ambas partes
pudiéramos tener humildad antes de que todo acabara. Nos abrazaba y llorábamos por todo el amor que no nos habíamos podido dar. Entonces poco a poco nos íbamos volteando, lentamente con una música muy sutil, cada vez los pinos volvían
a extenderse hacia arriba, volvían a recuperar su frondosidad. Los colores
blanco y negro comenzaban a bailar con el viento, iban atenuando la situación. Como no nos apurábamos, el águila decidió hacer
algo por ambas para que nos salváramos; comenzó a arrancarse los ojos, llorando
con todo el dolor del mundo, le regaló uno a Mábala y otro a mí, sólo así nos logramos ver.
Por fin estuvimos de frente, llorábamos, nos veíamos como hermanas ya no como enemigas, sonreíamos y veíamos la una a la otra
con bondad, ojos buenos y compasión. Pasaron unos segundos, nos abrazamos.
Mábala entonces dijo – Crista,
¿por qué siempre me juzgaste con tu inocencia? Y repliqué - ¿Por qué siempre me
juzgaste con tus envidias?
- - Tú eras la fría, yo podía cubrirte con mi calor.
- - Lo siento mucho – Y nos dimos las manos – Yo no
era tan buena como pensé.
- - Lo siento de verdad, mi hermana, siempre fui
igual a ti, pero no sabía que dentro de mí había un corazón noble y bueno,
pensé que era mala y siempre me quedaría así…
Por ello, nos abrazamos tan fuerte, que nuestros corazones se quedaron envueltos el uno con el otro,
hasta que logró formarse el YING y el YANG. El bosque se convirtió de muchos colores
y nacieron las cuatro estaciones. Ya no era el frío contra el calor, ni la
noche contra el día, cada quien tomó su tiempo y espacio, todo quedó acordado y
aceptado. Entonces la felicidad y la paz se apoderaron del bosque de aquí a la eternidad.
Así volviéndonos una sola, los colibrís que habían desaparecido fueron
invitados junto con orquídeas, rosas y tulipanes que daban una armonía musical.
Nunca había estado tan feliz, tan grande y tan yo. Ella ya era parte de mi alma.
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